El mundo tiembla y la sangre brota de los árboles, pero tú no entras. Te digo «habrá una lluvia que inundará toda la calle y se llevará a los niños arrullados dentro del fango» y solo crecen tus muros de silencio, muy altos y grises. En esos muros cuelgo cuadros, enredaderas y buganvilias; sitúo una mesa circular pequeña con dos sillas blancas, antiguas, sirvo el café y canto una canción mientras la otra silla, frente a mí, no se ocupa. No entras.
Preparo el pastel más hermoso de este mundo,con vainilla, almizcle, seda y rosas. Corto una rebanada perfecta para ti y cuidadosamente la coloco sobre un plato con áureas orillas y flores simétricas pintadas con acuarela, pero tú no tienes hambre.
Le platico a tu piel lo cansado del día, la travesía de ir de un pensamiento a otro; intento entrar a ti, a tus recuerdos y me enfrento con un minotauro cansado, tirado en el piso, enredado en el laberinto y a punto de morir.
Ariadna también se pierde,
Ariadna también se cansa.